ÉRASE DOS VECES EL PATITO FEO

ÉRASE DOS VECES...
   Esta fantástica colección reescribe cuentos tradicionales despojándolos de violencia, sexismo y desigualdad, dándoles una segunda oportunidad.
   12 títulos han sido reinventados:
     - Caperucita.
     - Cenicienta.
     - Blancanieves.
     - Hansel y Gretel.
     - La Sirenita.
     - La Bella Durmiente.
     - La Bella y la Bestia.
     - Pinocho.
     - Los tres cerditos.
     - Rapunzel.
     - El patito feo.
     - La ratita presumida.
   He elegido para leer con vosotr@s el de El patito feo porque es realmente bonita la forma en que muestra que quien tiene que cambiar no es el diferente, sino aquel que no acepta la diferencia. Y que si no te posicionas abiertamente al lado del agredido, lo haces implícitamente junto al agresor.

Escrito por: Belén Gaudes y Pablo Macías.
Ilustrado por: Nacho de Marcos
Editorial: Cuatro Tuercas SL.




Érase dos veces una pata llamada Ángela que vivía en una tranquila granja. Ángela estaba a punto de ser mamá. Había puesto cuatro huevos en su nido, los incubaba día y noche para mantenerlos calentitos y favorecer así el nacimiento de sus crías.



Por fín, una mañana soleada de primavera, notó más actividad de la habitual en el nido. Sobresaltada, se levantó y pudo observar cómo tres de sus huevos comenzaban a resquebrajarse. En apenas unos minutos, asomaron la cabeza tres pequeños patitos, que habían logrado romper el cascarón. ¡Qué pequeñitos eran! Enseguida comenzaron a caminar, a subirse encima de su madre y a lanzar repetidamente sus primeros cuac, cuac.
El cuarto huevo, el más grande de todos, seguía intacto. Ángela tendría que esperar un poco más para conocer a su última cría.
Los primeros días fueron difíciles para la recién estrenada mamá pata. Tenía que atender a sus tres patitos y a la vez seguir incubando su último huevo.


Semanas después, observó como una grieta comenzó a recorrer la superficie del huevo, hasta partirla por completo. Y de pronto, asomó su cabecita un patito algo despeluchado, bastante más grande que el resto y de un tono agrisado. ¡Qué contenta se puso! ¡Por fín había nacido su última cría! Y aunque algo diferente a los otros, el nuevo patito también le pareció precioso. Decidió llamarle Cuasi, que en idioma de pato significa " el que se hace esperar".


Ángela salió a dar un paseo por la granja con sus cuatro patitos, orgullosa y feliz. Pasaron por delante del establo. Una de las vacas salió a su encuentro y dijo:
- ¿Ya nació? ¡Enhorabuena!
Cuasi asomó la cabeza por detrás de su madre.
- ¡Qué patito tan feo! ¡ Si parece un monstruo! - murmuró al verle.
La mamá pata oyó perfectamente el comentario. Y observó dos grandes lágrimas que recorrían el rostro de su hijo. Molesta, se volvió hacia la vaca.
- ¿Te parece feo mi hijo? - preguntó conteniendo su enfado.
- Bueno, es grande, algo desplumado y con un color muy raro - contestó la vaca-. Pero solo el último. Los otros tres son encantadores.
- Pues yo lo veo precioso. Quizá si no le juzgases en comparación con el resto, a ti también te lo parecería.
- ¡Ah, no! ¡ Ni hablar! El patito es feo y punto - repuso la vaca.
- ¿Te has dado cuenta de que tú eres la única vaca del establo que no tiene cuernos? ¿ Y de que tu color es muy diferente al del resto de las vacas? - indicó Ángela.
La vaca torció el gesto.
- Y sin embargo - prosiguió la pata-, yo te veo única, fuerte, enérgica. Te veo a ti, no a ti en relación con las demás.
- Chica, ahora que lo dices, tienes razón. El patito no es tan feo en realidad. Lo que pasa es que es tan diferente de los otros...
- Sí - asintió la pata -, pero diferente no es bueno ni malo. Es simplemente eso, diferente.


Un poco más adelante, pasaron por delante del caballo. Al verles lanzó un potente relincho que asustó a los patitos, que salieron corriendo. En su huída, Cuasi tropezó y cayó al suelo.
- Además de feo, este patito es torpe - voceó el caballo sin miramientos.
Ángela se detuvo frente a él y, con mucha tranquilidad, le dijo:
- ¿Consideras torpes a mis hijos?
- No, solo al último - contestó el caballo-. No sabe correr, es un inútil.
- Quizá es porque le estás juzgando por su capacidad para correr. ¿ Qué tal se te da a ti nadar?
- ¡Uy! Yo nado regular. Soy un caballo, ¿no lo ves?
- Claro que lo veo. Pero puede que no te hayas dado cuenta de que él no es un caballo sino un pato. Y da gusto ver lo bien que nada en el agua.
El caballo comprendió a lo que se refería Ángela.
"No todos tenemos las mismas capacidades", reflexionó.
- Mmmm. Tienes razón. Discúlpame.
- Creo que es a él a quien has podido ofender.
- Lo siento Cuasi. Un tropezón lo tiene cualquiera...


Con las gallinas había pasado algo parecido y los cerdos no podían disimular su mirada de desaprobación cada vez que se cruzaban con él. Ángela pasó unos cuantos días defendiendo a Cuasi. Normalmente encontraba la comprensión de sus vecinos de granja, que acababan dándose cuenta de sus prejuicios.
Poco a poco, las cosas volvieron a la normalidad.
Los animales de la granja, cada uno a su ritmo, habían acabado aceptando a aquel "extraño" patito como un miembro más de la comunidad. Y le habían ido tomando cariño. Cuasi, por fín, crecía feliz.
Hasta que llegó el momento de ir a la escuela...
Tenía muchas ganas de empezar las clases de danza acuática, captura de bichos con el pico y buceo entre peces. También de conocer a otros patos y patas de granjas lejanas.


Ángela acompañó a sus cuatro patitos a la escuela, les deseó un buen día y les despidió con un beso y un buen bocadillo de gusanos para cada uno.
Allí estaban, por primera vez, los cuatro solos ante el mundo, sin la protección de su madre. Había un montón de patos y patas que nunca habían visto antes. Unas más grandes, otros más pequeños; más claros, más oscuros; con gafas, con muchas plumas, desplumados... Hablaban con unos, jugaban con otras, reían y aprendían un montón de cosas.


Pero de pronto, percibieron un cambio en el ambiente. Las risas se transformaron en silencios, los juegos se detuvieron y las miradas se volvieron más sombrías. Ante sus ojos apareció un patito con cara de pocos amigos.
Era tan grande que más que un patito podría decirse que era un patote. Fue abriéndose paso entre el grupo, empujando a uno, apartando a otro, tirando de las plumas a otra...
Todos se retiraban de su camino.
Todos excepto Cuasi.
- ¡ Aparta, monstruo! - le gritó el patote.
- Puedes pasar por ahí - le contestó con algo de miedo, aunque tratara de ocultarlo.
- ¿Cómo dices? - contestó amenazante -. Yo paso por donde quiero.
Y le dio tal empujón que lo tiró al suelo. Tras el patote, dos patitos más pequeños, que siempre lo acompañaban, dieron una patada a Cuasi al pasar a su lado.


Cuando se levantó, Cuasi vio al resto paralizados por el miedo, tratando de disimular, mirando hacia otro lado, como si no se hubieran enterado de lo que acababa de suceder. Entre ellos, estaban sus tres hermanos. El más pequeño de los tres no había podido levantar aún la mirada por la vergüenza. Sin embargo, fue el primero que se dirigió a Cuasi.
- Es mejor que no te vuelvas a cruzar con él, Cuasi - le dijo.
- Hermano, no voy a dejar de ir por mi camino por un patote como ese. Si me cruzo o no, dependerá de los dos.
- Pero ya has visto. Tiene al resto atemorizados. Cuasi, acabamos de llegar a la escuela - advirtió el hermano -. Es nuestro primer día y no quiero tener problemas.
- Ya sabes que en la granja tuve que soportar burlas e insultos de casi todos los animales. ¿Porqué? No lo sé. Quizá por ser diferente. Pero ahí estuvo nuestra madre plantándoles cara a todos, demostrándoles que eran ellos los que estaban equivocados. No voy a ser yo ahora el que agache la cabeza.
El patito suspiró. Sabía que Cuasi tenía razón. Pero aparentemente era mucho más sencillo hacer como si nada, evitar el enfrentamuento. Entonces recordó algo que su madre siempre repetía: " si no tomas partido en una situación injusta, estás permitiendo que suceda. En realidad, también es culpa tuya".
Al dia siguiente se repitió la misma escena en la escuela. Llegaron los cuatro patitos y estuvieron jugando con sus compañeras y compañeros hasta que apareció el patote. Pero entonces, algo diferente sucedió.


El patote se acercó directamente a Cuasi y le dijo:
- Eh, bicho, ¡aparta!
- No es un bicho, es un pato como tú - contestó su hermano pequeño sin dar tiempo a Cuasi para responder.
- ¡Anda! ¡Si tenemos un nuevo héroe en la pandilla! - se burló el patote, encarándose al hermano.
- Me parece que hay más de uno - dijo otro de sus hermanos mientras se situaba al lado de Cuasi.
- Y más de una - añadió una patita que le puso un ala en el hombro.
Así, poco a poco, fueron acercándose todos los patos y patas de la escuela, arropando a Cuasi hasta formar un semicírculo frente al patote. Este, al ver como el resto había tomado partido por Cuasi, se sintió pequeño por primera vez, a pesar de su tamaño.
- No estoy aquí para molestarte- dijo entonces Cuasi-. Estoy aquí porque es donde quiero estar. Y tú no tienes derecho a exigirme que me quite.
El patote seguía mirando a su alrededor, intentaba averiguar qué era lo que estaba pasando.
- ¿Por qué no te unes a nosotros, en vez de enfrentarte? - siguió Cuasi.
El patote estaba desconcertado. No tenía la costumbre de resolver las diferencias a través del diálogo, sino a base de gritos, golpes y amenazas. Aquella nueva situación le hizo pensar... Dio media vuelta y se fue.


A partir de ese día, la convivencia fue mucho más sencilla en la escuela. Aprendieron que la unión hace la fuerza y, sobre todo, que cerrar los ojos ante situaciones injustas es posicionarse del lado del agresor.
Por fin Cuasi, al que tantas veces habían llamado "el patito feo", pudo disfrutar de una vida tranquila y feliz.
Pasó el tiempo, Cuasi creció y se convirtió en un majestuoso cisne. Estaba claro que el huevo del que nació había acabado por error en el nido de Ángela. Sin embargo, para Cuasi aquella era su familia.


Un año más se acercaba el invierno. Numerosas aves migratorias sobrevolaban los terrenos de la granja en busca de tierras más cálidas.
Uno de aquellos días, una familia de cisnes desde las alturas vio a Cuasi. Extrañados por encontrar un cisne dentro de la granja, bajaron a hablar con él.
- ¿Pero qué hace un magnífico cisne como tú rodeado de unos patos tan feos y poco elegantes? - dijo el mayor de los cisnes.
- ¿Feos? - respondió inmediatamente Cuasi -. Yo los veo hermosos.
Los hermanos de Cuasi sonrieron. Ángela miró orgullosa a su hijo. Toda la familia se fundió en un fuerte abrazo, al tiempo que los cisnes viajeros reemprendieron el vuelo.


Los cisnes más pequeños echaron la vista atrás mientras se elevaban, pensando que Cuasi tenía razón, que aquellos patos no eran feos... eran distintos a ellos, pero especiales y únicos.
Y colorín colorado, esta nueva versión del cuento se ha acabado.




Os adelanto que en el próximo post comenzamos temática nueva para nuestros cuentos: COEDUCACIÓN.
Os va a encantar, ya vereis.

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