EL NIÑO QUE NO SABÍA JUGAR AL FÚTBOL
Un libro de El Barco de Vapor recomendado para primeros lectores, para niños a partir de 7 años.
A Rodolfo no le gusta jugar al fútbol, ni sabe, no se le da bien, pero todo el mundo a su alrededor se empeña en que esto cambie.
Rodolfo sabe hacer otras cosas. Sabe hacer magia con las palabras y crear poesías para tocar el corazón de las personas. Es maravilloso...
Pero Rodolfo se siente triste y sólo. En el colegio, durante el recreo los niños juegan al fútbol, ríen, pelean, chutan... Y él se sienta sólo en un rincón. En la plaza del pueblo por las tardes se repite la misma historia.
Rodolfo se siente invisible... hasta para sus padres, que jamás muestran curiosidad por sus cuadernos preciosamente escritos, pero que en su cumpleaños le regalan un balón de reglamento y el traje de la selección nacional..
Hasta que un día llegó a la plaza un hombre que contaba historias, un cuentacuentos. Durante una semana el narrador llenó de relatos la plaza. Rodolfo se sintió feliz, en otro mundo, y relato tras relato aprendió que la libertad es el mayor tesoro que puede tener cada persona.
Rodolfo, al fin, encontró su propio camino...
67 páginas nos ocupa esta preciosa historia, de la cual os muestro unas pinceladas.
Escrito por: Ernesto Rodríguez Abad.
Ilustrado por: Víctor Jaubert.
Editorial: El Barco de Vapor
Rodolfo tenía los ojos negros y sonreía como un gato triste. Andaba con las manos en los bolsillos, la cabeza baja, los pasos remolones.
Algunos días despegaba un poco los labios y silbaba una canción, muy bajito. Parecía que el sonido se quedaba pegado a su boca, para que nadie lo oyera.
A Rodolfo no le gusta jugar al fútbol, ni sabe, no se le da bien, pero todo el mundo a su alrededor se empeña en que esto cambie.
Rodolfo sabe hacer otras cosas. Sabe hacer magia con las palabras y crear poesías para tocar el corazón de las personas. Es maravilloso...
Pero Rodolfo se siente triste y sólo. En el colegio, durante el recreo los niños juegan al fútbol, ríen, pelean, chutan... Y él se sienta sólo en un rincón. En la plaza del pueblo por las tardes se repite la misma historia.
Rodolfo se siente invisible... hasta para sus padres, que jamás muestran curiosidad por sus cuadernos preciosamente escritos, pero que en su cumpleaños le regalan un balón de reglamento y el traje de la selección nacional..
Hasta que un día llegó a la plaza un hombre que contaba historias, un cuentacuentos. Durante una semana el narrador llenó de relatos la plaza. Rodolfo se sintió feliz, en otro mundo, y relato tras relato aprendió que la libertad es el mayor tesoro que puede tener cada persona.
Rodolfo, al fin, encontró su propio camino...
67 páginas nos ocupa esta preciosa historia, de la cual os muestro unas pinceladas.
Escrito por: Ernesto Rodríguez Abad.
Ilustrado por: Víctor Jaubert.
Editorial: El Barco de Vapor
Rodolfo tenía los ojos negros y sonreía como un gato triste. Andaba con las manos en los bolsillos, la cabeza baja, los pasos remolones.
Algunos días despegaba un poco los labios y silbaba una canción, muy bajito. Parecía que el sonido se quedaba pegado a su boca, para que nadie lo oyera.
Cada mañana, camino de la escuela, se detenía a observar las palomas de la plaza, a los mendigos de la calle, a los vendedores del mercado, a los que hacían cola en la oficina de parados... No es que le gustase perder el tiempo: es que no quería llegar a la escuela antes de que sonara la sirena...
... La escuela le gustaba. Manolo se sentaba con Laura, Fernando jugaba con Javier, Ignacio mandaba cartas secretas a Laura...
Todos se reunían en el recreo. Reían, saltaban, chutaban... Él multiplicaba, restaba, sumaba, ponía nombres en los mapas mudos, hacía oraciones simples y compuestas, recitaba los nombres de antiguos reyes...
A veces, se ponía triste.
Por la tarde, cuando regresaba del colegio, caminaba aún más despacio que cuando iba: la cabeza inclinada hacia adelante, sin mirar a nadie, con las manos en los bolsillos. Se entretenía contando las piedrecitas del camino o mirando sus zapatos tímidos.
(...) Reía solo con su colección de poemas locos. Estaba contento de escribir versos para regalar alegría. Los tenía bien guardados en su caja de tesoros.
- Un día publicaré un libro y los lectores se reirán mucho con mis palabras (...)
(...) Los otros niños, los alegres, jugaban y reían a su alrededor. Sudaban. Chutaban y gritaban. Corrían y regateaban. Metían goles y peleaban. Saltaban y daban volteretas en el aire. Discutían. Reían.
A veces, sus ojos negros se apagaban.
Su sonrisa se había borrado. Nadie había jugado con él. Nadie le había sonreído.
La madre no supo ver la tristeza que se escondía en sus ojos...
(...) - ¿Y este niño porqué no va a jugar con los otros? - dijo alguien que no conocía, mientras sonreía con boca tonta.
- ¡Qué ganas tengo de verlo jugar con una pelota! - oyó que decía su padre a los amigos.
- ¡Qué ganas tengo de oirlo reir a carcajadas! - murmuró la madre mientras envolvía unos pendientes en papel de regalo.
El sentía unas lágrimas enormes que corrían hacia dentro.
- Si supiera jugar al fútbol, mis padres estarían orgullosos y tendría un montón de amigos - , pensó.
Rodolfo había intentado jugar, pero no sabía. Además, tampoco tenían paciencia. Nadie le enseñaba. Parecía que todos nacían sabiendo dar patadas a la pelota.
Él no. Salió de debajo del mostrador con su libreta de versos y dibujos. Allí estaban sus mundos. Miró a sus padres. Levantó su tesoro de papel con timidez, ofreciéndolo. Quería que viesen que él hacía otras cosas.
- No todos tenemos que hacer lo mismo - dijo muy bajito.
No lo oyeron. Tampoco vieron su mano extendida con las libretas...
(...) Rodolfo tenía que soplar las velas. Ese momento era especial. Siempre se ponía un poco nervioso. Todos los años pedía un deseo. ¿Qué pediría? Mil ideas vinieron a su cabeza. A veces los deseos no se cumplían, pero otras sí. Todos los invitados se apelotonaron alrededor de la mesa. Algunos aprovecharon para acabar con los bocadillos y el chocolate. La orquesta cantó: uno, dos, tres...Infló los mofletes y trató de retener mucho aire. Silencio y redoble de batería.
Deseaba más que nada en el mundo, que nadie se riera de él por no saber jugar al fútbol. Apretó los puños. Arrugó la frente. Cerró los ojos.
Sopló.
(...) Los padres se bajaron del escenario contentos. Se paró la música. Caminaron hacia él. Todos lo miraban. Llevaban dos paquetes en las manos. ¡Eran los regalos! Cuando llegaron a la mesa, le pusieron delante los paquetes.
Las velas no habían oído su deseo.
El padre le entregó un balón de reglamento.
- Para que metas un buen gol - le dijo.
Rodolfo bajó la cabeza. Los chicos de la clase se taparon la boca con las manos, para que no se escapara la risa.
La madre lo besó y abrió nerviosa su obsequio, dejando trozos de papel plateado entre los dulces y los restos de sandwiches. Sonrió y puso en sus manos una equipación de la selección nacional.
(...) Un día apareció en la plaza un hombre que contaba historias. La gente se apretujaba en un pequeño local para escucharlo. Era mágico. Habían pintado las paredes con dibujos de colores. Nada más entrar, parecía que estabas dentro de un cuento. Rodolfo fue todas las tardes.(...)
(...) El se sintió feliz, en otro mundo. Viajó a países de color amarillo, rió con tontos que engañaban a reyes, soñó con hadas de la luna, caminó por reinos de papel, supo cómo nacieron las estrellas, conoció a un rey que tenía un pájaro que cantaba historias en todas las lenguas del mundo...
(...) El último día, Rodolfo se acercó al narrador...
(...) Lo miró, extendió la mano con las libretas y le enseñó sus poemas.
(...) - Eres una maravilla, muchacho - le dijo.
- ¿Yo?
- Sí. Eres un poeta.
- ¿Yo?
- Sí. Deben de estar muy orgullosos de ti tus padres y todos tus amigos.
Rodolfo calló. Sus ojos brillaron con unas lágrimas antiguas. Su seriedad emocionó al narrador. Luego respondió con una voz apagada, llena de dolor.
- No. Está usted equivocado. A mí no me quiere nadie. Yo no sé jugar al fútbol.
El narrador se puso serio. Sus ojos se llenaron de nubes. Luego habló con Rodolfo. Se sentaron en un banco de la plaza, bajo un laurel. Conversaban con seriedad, pero cariñosamente. Dialogaron mucho rato. La luna que ya empezaba a salir, sonrió en el cielo. Rodolfo se empezó a sentir único, importante, orgulloso de ser diferente. Solo escuchaba la voz que le relataba la historia de un niño que cambió la tristeza por la valentía y logró ser dueño de los colores y de las palabras. Rieron. (...)
(...) - ¡No quiero jugar al fútbol!.
La sonrisa de gato regresó al rostro de Rodolfo. Los rizos de su cabeza volvieron a brillar bajo el sol. Los ojos chispearon y rió a carcajadas, grandes y gordas, que se oyeron en toda la plaza.
Aquel día se convirtió en una fiesta de colores.
Los padres no se extrañaron al no encontrar a su hijo en el desayuno. Ya habría salido para el colegio. Pensaron que estaría preocupado por los exámenes. Marcharon, como siempre,hacia la plaza, hacia el trabajo. Al llegar a la calle estrecha, desde la que se veía el mercadillo, quedaron mudos. Su hijo estaba subido a un árbol recitando poemas, y a su lado otros niños aplaudían. Sus ojos se abrieron tanto que, al fin, cabían en ellos las palabras, los dibujos, los versos, las canciones...
La plaza se había vestido de alegría (...)
(...) Rodolfo bajó del árbol y habló atropelladamente a sus padres. Parecía que se acababan de conocer. Aquel día decidieron que sería festivo para los tres. Cogidos de la mano, se fueron al campo. Se sentaron a la sombra de una colorida buganvilla. Leyeron durante horas junto a su hijo. Hablaron, rieron, soñaron.
Una lluvia de papeles y colores había caído sobre la ciudad.
Y Manolo, Luisa, Fernando, Javier, Ignacio, Laura... y hasta doña Eloisa Quintana, la maestra, comprendieron que los balones pueden llevar poemas, canciones, dibujos y sonrisas (...)
Comentarios
Publicar un comentario